Transformados por los pasajes “unos a otros”

Los Básicos Celulares

por Joel Comiskey

de capítulo 3 de Discípulo Relacional

Mary Franciscus, una gran amiga y miembro de mnuestra iglesia, iba manejando un angosto camino del Lago Lake Havasu en un día de cálido verano cuando su vehículo sufrió la avería de la rueda frontal derecha. El automóvil resbaló y ella giró bruscamente terminando en el carril opuesto. Al levantar la vista vio una camioneta aproximándose de frente. Temiendo por su vida y la de los pequeños en su automóvil, viró hacia la derecha con fuerza trayéndolo nuevamente al carril correspondiente evitando milagrosamente la colisión con la camioneta. Se detuvo sobre el costado de la carretera y todos suspiraron aliviados del susto.

Pero ¿qué podía ahora hacer con tan alta temperatura en el desierto y lejos de la ayuda que su esposo Humphrey podría darle?

Antes de que pudiese llamar al número de emergencia, se dio vuelta y vio tres soldados marinos viniendo hacia ella. Sobre la ventana posterior de su automóvil había una etiqueta que decía: “No de este mundo.”

“¿Podemos ayudarle?” preguntaron. “Sí, por favor, muchas gracias,” Mary exclamó. Mientras que interiormente se preguntaba ¿Está esto sucediendo realmente?

Los tres hombres cambiaron la rueda, acomodaron la pieza de metal salida de la carrocería del auto y aún probaron los frenos para ver si estaban bien.

Luego Mary les preguntó si podía orar por ellos, sabiendo que iban de camino a Afganistán. A lo cual accedieron con gusto.

Ya de camino, Mary dijo a sus hijos: “Dios tiene un propósito para todo. Dios quería que orase por ellos.”

Puedo imaginarme a los marinos volviendo a su auto diciendo: “realmente nos necesitaba. Dios quería que la ayudásemos.”

Y, por cierto, se necesitaban mutuamente. Mary requería la ayuda para su auto y los marinos la oración por su servicio en Afganistán.

Nos necesitamos unos a otros. El término que en la Biblia se traduce por “unos a otros” es un pronombre recíproco que significa “ministerio mutuo.”

El Dios trino es un modelo de comunidad. Dios desea que la relación de amor entre los miembros de la Trinidad transforme Su iglesia.

Concentrarse en los demás

He tratado de crear categorías agrupando los conceptos bíblicos de “unos a otros” para una mejor comprensión. Una de esas categorías generales es el concentrarse en los demás antes que en uno mismo.

Nuestra tendencia natural es concentrarnos en nuestras propias necesidades y deseos. Alguien dijo que cuando tienes quince años te preocupas por lo que los demás puedan pensar de ti, a los cuarenta y cinco no te importa, y a los sesenta y cinco finalmente te das cuenta que ¡en realidad nunca nadie estuvo pensando de ti nada! Lo cierto es que pasamos la mayor parte del tiempo pensando acerca de nosotros mismos. Pablo dijo: “Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús” (Filipenses 2:21). El Dios trino anhela guiarnos a concentrarnos en los demás. `

Amar unos a otros

Se nos enseña desde pequeños que debemos subir hasta la cima, como un escalador sube el precipicio.

“Hazlo por ti mismo” es un refrán popular. Si bien los logros personales no son malos por sí mismos, Jesús nos pide que nos aseguremos de que en el proceso no pisemos a otros.

El mandato de Cristo a los discípulos suplanta el logro personal. Les dijo que resaltasen el interés de los demás por encima del personal. Les dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” (Juan 13:34­35).

El contexto de estos versículos es la escena cuando Jesús lava los pies de sus discípulos. El mandato de Cristo fue directo: hagan lo que estoy practicando con ustedes. Tal amor era revolucionario en esos días como lo es hoy en día también.

Servir unos a otros

Los discípulos se parecían mucho a nosotros. Tenían sus propios anhelos de grandeza y éxito personales. Dos de ellos se acercaron cierta vez a Jesús pidiéndole que se les concediesen posiciones de poder en el reino (Marcos 10:35ss). Estos dos no tenían problema en pasar por alto a los demás discípulos de ser necesario. Le pidieron: “Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda.” Note la respuesta de los otros diez discípulos: “Cuando lo oyeron los diez, comenzaron a enojarse contra Jacobo y contra Juan.”

Eso me recordó una escena de la película “Yes Man” (Di que sí) donde Jim Carrey trata de alcanzar una posición de ejecutivo sólo para encontrar que más de cien ex ejecutivos desempleados competían con garra, fuerza y maña por la misma posición. Cuando se intenta trepar por encima de los demás, siempre se crea indignación, envidia y competencia.

Muchos tienen la mentalidad de: “haz lo que sea necesario para subir a la cima, aunque sea pisotear a los demás en tu camino.” Cristo respondió a los dos discípulos diciendo:

Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, ypara dar su vida en rescate por muchos (Marcos 10:42-45).

De acuerdo con Jesús, los discípulos más grandes son quienes buscan que los otros sean exitosos. Tienen el poder del Espíritu de Dios para servir a los demás antes que a sí mismos. Es tan opuesto a nuestros propios deseos egoístas que para que pueda funcionar se requiere de una nueva naturaleza.

Y Dios decididamente suple un amor sobrenatural para quienes le piden. Pablo dice: “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.” (2 Corintios 5:14). Al fluir el amor de Dios en nosotros somos capacitados para servir a otros y velar no sólo por los propios intereses sino el de los demás (Filipenses 2:4).

Perdonarse unos a otros

“Los verdaderos hombres se vengan.” Esta pareciera ser la percepción reforzada por muchas películas producidas en Hollywood. En tales películas, el actor se lanza en una cruzada personal para matar a todos quienes le hicieron mal. Pero la vida real, por supuesto, es muy diferente. Generalmente las personas ofendidas se retraen. Dejan de hablar. Dejan de comunicarse. Abandonan todo. Muchos matrimonios terminan de esta manera, llenos de amargura de allí en adelante.

Lo que es verdad para el mundo también puede observarse en las iglesias. Las iglesias están llenas de personas difíciles y heridas. Jesús nos pide que nos perdonemos unos a otros. Muchas veces la membresía es como una puerta giratoria para congregantes que pasan de una iglesia a otra. Y las razones por las que dejan la iglesia tienen que ver con no gustar del pastor, problemas con líderes, o no ser tomados en cuenta para liderar algo. Las personas dejan una iglesia con la esperanza de que en la próxima iglesia los problemas no aparecerán.

Jesús nos llama a no permanecer amargados o resentidos con otros. El camino a seguir es el perdón. Esto no quiere decir ignorar los problemas, sino que más allá de las respuestas a nuestras apelaciones o confrontaciones que los demás hagan, nosotros aún debemos perdonar. Por supuesto, ninguno tiene el poder para perdonar, por lo tanto, necesitamos de Su gracia y poder para hacerlo. Ciertamente afirmó que nos daría fortaleza si le pidiéramos (Mateo 7:7).

En cierta ocasión traté un creyente que había dejado una iglesia y aun guardaba un resentimiento profundo hacia el pastor. El pastor me dijo: “Es como si él mismo estuviese bebiendo el veneno destinado a mí.” Es tan cierto, pensé. Pablo escribe a la iglesia en Colosenses 3:13, “De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.” El autor Mike Mason escribe: “Pon a otros en libertad, si deseas ser libre. Extiéndeles la cuerda a todos, aún a quienes intentarían ahorcarte con ella. Amar a otros es verdaderamente disfrutar con ellos, con sus verrugas y todo. Dale a todos la libertad de ser imperfectos” (nota 1).

Edificarse unos a otros

Es muy fácil usar el chisme para derribar a las personas. Me recuerdo de cierta miembro de iglesia que le gustaba hablar de sus grandes logros y al mismo tiempo envilecer a los demás contando sus deficiencias. Aunque tenía otros rasgos positivos (era trabajadora, sociable, etc.), sus palabras eran como un remolino trayendo destrucción a su paso. Tuve que confrontarla en más de una ocasión y me preocupaba por la siguiente iglesia a la que ella iría.

Al escribir a la iglesia Pablo dijo: “Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación” (Romanos 14:19). Somos el cuerpo de Cristo sobre la tierra y necesitamos elevarnos unos a otros hablando verdad unos con otros.

La frase “edificar” en griego literalmente quiere decir reconstruir las vidas del otro (oikodomeo). Todos tenemos áreas en las que necesitamos renovación y reparación. Jesús usa a nuestros hermanos como mensajeros para hablar a nuestras vidas. Nos resulta difícil recibir correcciones de otros, pero es una parte importante de ser un discípulo de Cristo.

Pablo escribió a los Romanos: “Porque deseo veros, para comunicaros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados;” (1:11). Y en la próxima oración agrega: “. . . esto es, para ser mutuamente confortados por la fe que nos es común a vosotros y a mí.” Nos necesitamos mutuamente y así nuestros dones espirituales vienen a la vida al ministrarnos unos a otros en el cuerpo de Cristo.

Alentarnos unos a otros

Me pregunto si cuando Pedro negó a Jesús tres veces no se hubiera tentado con la idea de acabar con todo en su estado de desesperación. Pero Pedro no quedó solo en su desmoralización. Los otros discípulos también habían negado que conocieran a Jesús. Pedro fue a ellos en su aflicción, y todos se regocijaron juntos cuando vieron a Cristo resucitado. El tosco individualismo se gloría en su autosuficiencia. Pero la realidad es que los humanos somos frágiles. Necesitamos de los demás. Ninguno es tan capaz y seguro de sí mismo que no necesite y aprecie el aliento de otros.

La vida tiene sus formas de golpearnos y hacernos sentir que no somos dignos. Dan Blazer escribe en The Depression Epidemic (La epidemia de depresión), “Muchos somos víctimas muchas veces de sistemas económicos y corporativos deshumanizantes más allá de nuestro control y de nuestra influencia. Nos sentimos pequeños, insignificantes y descartables” (nota 2).

La naturaleza impersonal de este mundo tiende a absorbernos la vida y el entusiasmo. Nos sentimos deshumanizados y mecánicos. El aliento nos refresca.

Nos recuerda que Dios tiene un propósito y plan para nuestras vidas. Somos alentados a continuar. El escritor de la carta a los Hebreos dice: “No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca.” (Hebreos 10:25 NVI).

Jesús viene pronto. Pero hasta ese momento, necesitamos continuar enfrentando la duda y el desaliento. El aliento inspirado por Dios, como si fuera un puente, no alienta a cruzar la depresión y la incertidumbre y llegar al otro lado. Pablo dice: “Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis.” (1 Tesalonicenses 5:11).

Ser bondadosos unos con otros

Los titulares de los periódicos no notarán nuestras acciones secretas de bondad como lo harían por una campaña masiva de evangelización, un concierto o un gran evento unido.

Sin embargo, Dios ve los actos de amor y amabilidad cuando son hechos para su gloria. El autor de la carta a los Hebreos dice: “Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún.” (Hebreos 6:10).

La Real Academia Española define: “Bondad. (Del lat. bonĭtas, -ātis). 1. f. Cualidad de bueno. 2. f. Natural inclinación a hacer el bien. 3. f. Acción buena. 4. f. Blandura y apacibilidad de genio. 5. f. Amabilidad de una persona respecto a otra.” Es un acto que muestra consideración y cuidado por el otro. Pablo nos llama a “Antes sed benignos unos con otros…” (Efesios 4:32). El mundo atribuye debilidad a la bondad, pero cuando Cristo controla al creyente, el fruto es bondad, compasión y comprensión por los demás.

Mi madre tiene la habilidad de impactar a quienes la rodean. Su don de servicio y bondad es incomparable. No le dice simplemente a las personas que les ama, les muestra. La gente disfruta estar con Phyllis Comiskey porque es tan generosa. No puede ir a una venta de garaje sin pensar en mis hijos. Mi madre hace que mis hijos y quienes la rodean se sientan especiales y amados por sus actos de bondad. El apóstol Juan escribe:

Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él; pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. (1 Juan 3:18-20).

Mike Mason subraya la promesa de confianza en los versículos de 1 John 3:19-20 afirmando “. . . Sé del poder de los pequeños actos de bondad para quitar la depresión. La bondad quita la depresión porque ataca la raíz de la depresión que es auto condenación.24 Los cristianos han comenzado muchos de los grandes programas de ayuda social del mundo.

Los fundadores fueron creyentes que simplemente deseaban alcanzar a otros en el nombre de Cristo por medio de actos de bondad humildes y desinteresados.

Usted puede mostrar bondad en maneras muy simples: dando su asiento en un ómnibus repleto, ofreciendo su chaqueta, cocinando una comida a alguien que necesita, ofreciendo el transporte de alguien que no tiene vehículo, o ayudando a ubicar las maletas en el compartimiento del avión a alguien que no puede hacerlo.

Ser afectuosos unos con otros

Cuando Jesús viene a nuestros corazones, nuestras vidas son transformadas, se nos da una nueva naturaleza y una nueva perspectiva acerca de la vida.

Mi conversión a Cristo treinta y seis años atrás fue un evento asombroso y sobrenatural. Pero Dios ha estado operando otra conversión en mi corazón también. Es la conversión hacia el “unos a otros.” Pablo afirma en Romanos 12:10, “Sed afectuosos unos con otros con amor fraternal…” (Romanos 12:10 LBLA) La palabra “afectuosos” puede ser traducida como “amablemente cariñosos.” Pablo tenía en mente los afectos dados en una familia.

Quienes pertenecen a la iglesia son partes de una familia celestial, unidos por Jesucristo mismo. El afecto de unos por otros implica no abandonar la familia cuando la vida se vuelve difícil. Es un compromiso que no podemos tomar livianamente.

Rendición de Cuentas

Ninguno de nosotros puede ser un llanero solitario en este peregrinaje en el reino de Cristo. Antes, somos compañeros de viajes en este peregrinaje al cielo. Las Escrituras nos llaman a velar los unos por los otros y a rendir cuentas unos a otros.

Amonestarse unos a otros

Frank convivía con una mujer por años mientras asistía a una iglesia evangélica. Nadie la había preguntado acerca de esa relación con la mujer. Muy seguramente nadie sabía siquiera acerca de ello. Un domingo cuando estaba en la iglesia, le invité a un grupo pequeño en mi hogar, el cual yo conducía. Aceptó la invitación y se volvió un asistente regular al grupo. Pronto se hizo evidente cuál era su estilo de vida. No podía ocultarlo. Y las personas del grupo comenzaron a ministrar a Frank.

La Palabra de Dios compartida por los demás comenzó a amonestar y traer convicción al corazón de Frank que debía casarse o separarse. Frank acordó separarse de su compañera de vida, mientras decidían qué iban a hacer. Con el tiempo se casaron, entraron en el entrenamiento de discipulado, y llegaron a ser líderes de un grupo pequeño.

La Escritura nos dice que somos instrumentos de Dios para amonestarnos unos a otros. Pablo dice: “Pero estoy seguro de vosotros, hermanos míos, de que vo­sotros mismos estáis llenos de bondad, llenos de todo conocimiento, de tal manera que podéis amonestaros los unos a los otros.” (Romanos 15:14). Pablo escribió esto a una iglesia casera donde todos se conocían entre sí. Pablo deseaba que los creyentes supieran que eran ministros. Dios los equipó para hablar y aconsejarse unos a otros. Muchas veces dependemos demasiado en el “pastor” para el trabajo de la iglesia. Pablo creía que todos los creyentes eran ministros.

La mejor manera de amonestarnos unos a otros es por medio de la Palabra de Dios. Pablo escribe en Colo­senses 3:16, “Que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, con toda sabiduría enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en vuestros corazones.” (Colosenses 3:16 LBLA). Mi esposa y tres hijas recientemente viajaron a Panamá en un viaje misionero. Juntas debían levan­tar ocho mil dólares en tres meses. Al escucharlo, al­guien dijo: “Eso es imposible.” Mi esposa cortésmente le “amonestó” diciendo: “La Biblia enseña: “Él les dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.” (Lucas 18:27). Dios hizo posible que Celyce y mis hijas levantaran los ocho mil dólares antes de viajar. La persona que dudó hoy cuenta la historia acerca de su descreimiento confortado por la verdad de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios ganó, por supuesto.

Someterse unos a otros

La sumisión es una palabra muy raramente dicha en nuestra cultura moderna y políticamente correcta. Las personas independientes, librepensadores, y aún rebeldes, son apreciados y estimados. La verdad bíblica sin embargo sobrepasa lo que las personas valoran. Y las Escrituras nos llaman a someternos unos a otros. Pablo dice en Efesios 5:21, “Someteos unos a otros en el temor de Dios.” Pablo escribió este versículo inmediatamente antes de hablar acerca de las relaciones entre esposos.

Los esposos señalan rápidamente que las esposas deben someterse. Pero Pablo dice que esposos, esposas, y la iglesia en general debe someterse unos a otros. Mike Mason dice:

Por cierto, la manera básica por la que nos sometemos a Dios es sometiéndonos unos a otros. Cierta religiosidad puede hacer humillarnos ante Dios. Pero a menos que nos humillemos ante las personas, nos estamos engañando a nosotros mismos. Las relaciones interpersonales son la prueba de nuestra santidad (nota 3).

La iglesia de Jesucristo es llamada a la sumisión de unos a otros.

Confesar nuestros pecados unos a otros

Dios recientemente me mostró cómo resolver un tema problemático en mi propia vida. Me reveló que necesitaba ser más transparente acerca del tema y pedir oración. Cuando lo compartí con otros, ellos a su vez comenzaron a compartir sus propios problemas. Todos tenemos luchas. Estamos en un peregrinaje y el amor y la gracia de Dios nos alienta a ser honestos unos con otros. Deitrich Bonhoeffer escribió:

No puede ocultar nada de Dios. La máscara que usamos frente a los hombres no nos sirve con El. El quiere verle como es. Quiere usar gracia con su vida. No necesita mentirse ni mentir a sus hermanos como si no tuviese pecado; usted puede ser un pecador. Gracias a Dios por ello. El ama al pecador, aunque aborrece al pecado. Toda vergüenza ha terminado en la presencia de Cristo. La comunidad es el lugar donde las personas pueden ser vulnerables y transparentes (nota 4).

Dios obró poderosamente en las vidas de los jóvenes de nuestra iglesia luego de que volvieran de una conferencia. Dios los cambió durante el evento, y el fuego siguió ardiendo durante los tiempos de confesión y oración dentro del grupo por semanas y meses. Uno de ellos era visceralmente honesto acerca de sus pecados y errores. Fue la chispa que encendió a los demás para compartir sus luchas.

La confesión de pecados y orar unos por otros ha sido siempre una parte importante en los avivamientos alrededor del mundo. La superficialidad, sin embargo, es la enemiga del avivamiento. Bonhoeffer continúa:

Ahora está en el compañerismo de un pecado que vive por la gracia de Dios en la cruz de Cristo Jesús. Ahora puede ser un pecador y aún gozar de la gracia de Dios. Puede confesar sus pecados y en ese mismo acto hallar compañerismo por primera vez. El pecado oculto nos separa del compañerismo, hacienda todo aparente compañerismo una farsa; el pecado confesado le ha ayudado a encontrar un verdadero compañerismo con los hermanos en Cristo Jesús (nota 5).

Interdependencia

Nuestra naturaleza pecadora tiende a exaltarnos a nosotros mismos ante los demás. Las Escrituras nos dicen que necesitamos ver a nuestros hermanos y hermanas como superiores a nosotros mismos. Esta es una actividad sobrenatural porque somos egoístas por naturaleza. El apóstol Pablo escribió:

Espero en el Señor Jesús enviaros pronto a Timoteo, para que yo también esté de buen ánimo al saber de vuestro estado; pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús. (Filipenses 2:19-21).

Para poder ir más allá del egoísmo y pensar en las necesidades de los demás se requiere de una obra de gracia sobrenatural.

Andar en humildad unos con otros

¿Ha estado alguna vez en un grupo donde todos deseaban ser el centro de atención? ¿Notó que nadie prestaba atención al otro? ¿Y que todos hablaban al mismo tiempo?

Anhelamos ser el centro de atención. Ansiamos la deferencia, el crédito, y la estima de las personas. El problema es que todos desean lo mismo.

Los verdaderos siervos de Jesús están dispuestos a humillarse a sí mismos, negarse la atención de los demás y estimar a los demás como superiores a sí mismos. Pedro dice: “…revestíos de humildad; porque:

Dios resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes.” (1 Pedro 5:5). El plan que Dios tiene para nosotros es andar en humildad, abandonando nuestros derechos y permitiendo que los demás sean exaltados. La verdadera humildad es la obra de la gracia de Dios en nosotros. Nada en nosotros desea o anhela la humildad. Así entonces la Trinidad desea perfeccionar su característica en nosotros.

Aceptarnos unos a otros

La iglesia de Cristo está formada por personas imperfectas con muchas necesidades. Su versión mundana simulada es la de la clase alta, el grupo de los selectos. En comparación, la iglesia de Jesucristo es un hospital, lleno de personas quebradas y sufrientes.

Y como todos somos salvos y aceptados por la gracia de Dios, debemos aceptar a los demás de la familia de Cristo. Larry Crabb escribe:

No necesito estar en guardia. Puedo aceptarte de la manera que Dios me ha aceptado a mí por medio de Cristo. Cuando me ofendes puedo nutrir el espíritu de perdón dentro mío, ya que existe. Puede ser que necesite esfuerzo para encontrarlo pero está ahí. Al ser perdonado se me ha dado el impulso por perdonar, el mismo impulse que me llevó a ser perdonado. Puedo volcar sobre ti la vida que ha sido volcada sobre mí (nota 6).

Jesús me aceptó cuando yo estaba en contra suyo, viviendo en rebelión. La Biblia aún dice que “…siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo,” (Romanos 5:10) y “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo” (Efesios 2:5). Ya que nadie es parte de la iglesia de Dios debido a méritos o justicia propia, Dios nos llama a aceptar a todos quienes El ha aceptado, a pesar de las diferencias. Pablo dice en Romanos 15:7: “Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios.” La base para aceptar a otros como son radica en el hecho de que Dios nos ha aceptado como somos. Pablo nos dice que Dios ha escogido a lo necio y despreciable para traer gloria para Sí mismo:

…sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. (1 Corintios 1:27­29).

Los verdaderos discípulos del Señor aceptan a las personas como son, con todos sus temores, debilidades, diferencias étnicas y de trasfondo cultural. De la misma manera que las otras verdades relacionales de las Escrituras necesitamos el poder del Espíritu Santo para que en realidad podamos ponerlas en práctica. Mason dice: “Si deseo saber lo que es el verdadero compañerismo con otros, el primer paso es el mismo: tomar la decisión de unir mi corazón al de ellos. Entonces juntos pedimos a Jesús que venga a este nuevo corazón que ha sido formado entre nosotros” (nota 7).

Vivir en paz los unos con los otros

Los primeros cristianos enfrentaban conflictos frecuentemente. La persecución separaba a las familias. Los creyentes debían reunirse secretamente, ocultándose de la vista escudriñadora del imperio romano. Como Jesús sabía que sus discípulos iban a enfrentar la persecución, les dijo: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” (Juan 16:33). La paz en tiempos de persecución es una necesidad imperiosa.

La paz es también necesaria en medio de luchas interpersonales. La envida, los celos y amarguras pueden fácilmente nublar las relaciones interpersonales. La iglesia del primer siglo debía ser cautelosa contra las mezquindades que venían con los conflictos humanos. Pablo exhortó a los creyentes “Tened paz entre vosotros.” (1 Tesalonicenses 5:13b).

El vivir en paz con los demás implica aceptar a las personas de la manera en que Dios los ha hecho y perdonar sus faltas. El hablar la verdad en amor es un prerrequisito para vivir en paz. El evitar a otros y las murmuraciones son una receta segura para los problemas y conflictos.

Soportarse unos a otros

La mayoría de la cultura occidental está indoctrinada con enseñanzas revolucionarias. Esta teoría promueve la supervivencia del más fuerte, lo que supuestamente es la manera por la que las especies sobreviven o perecen. La conclusión natural de la evolución es que el fuerte sobrevive y el débil perece. La Alemania de Hitler fue un ejemplo extremo de esa enseñanza.

Las Escrituras nos enseñan que Dios nos creo a todos iguales. El débil es tan importante como el fuerte. Dios nos dice que debemos soportar al débil y elevarlo.

Pablo dice: “Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación. Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre mí.” (Romanos 15:1-3). Y luego en otro pasaje dice: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.” (Gálatas 6:2).

Jesús no pasó por alto al ciego y al afligido para tener camaradería solamente con los de alta influencia. Sino que por el contrario pasó más tiempo con quienes tenían necesidades y cargas. Sanó al ciego y alimentó al hambriento. Cumplió la profecía de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor.” (Lucas 4:18-19).

Jesús nos demostró la necesidad de soportar al débil y desamparado. No podemos soportar las cargas de los demás si nuestra relación se reduce solamente a los domingos por la mañana. Necesitamos acercarnos a las personas para escuchar sus corazones, conocer sus necesidades y llevar sus cargas.

Esperarnos unos a otro

David Shi, un historiador cultural, escribe acerca de la inhabilidad de la cultura norteamericana para disminuir la velocidad. La espera se hace intolerable.

Trabajamos sin descanso y presionamos la marcha contra viento y marea. Edward Stewart dice:

El visitante extranjero a los Estados Unidos pronto se da cuenta de la vida a alta velocidad y de las personas en incesante actividad. Esta imagen muestra que el hacer es dominante para los norteamericanos. La suposición implícita es que casi nunca se cuestiona la validez de “tener las cosas hechas” (nota 8).

La espera es prácticamente un anatema en un mundo a las apuradas y en máxima velocidad. La exhortación de Pablo a los corintios es relevante para nuestra realidad: “Así que, hermanos míos, cuando os reunís a comer, esperaos unos a otros. Si alguno tuviere hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para juicio.” (1 Corintios 11:33). Es difícil esperar a otros, pero lo podemos hacer por el poder de Dios. ¡Entonces todo es posible!

Como los corintios, frecuentemente carecemos de la disciplina personal y la paciencia para esperar a los demás. Necesitamos prestar atención a la exhortación de Pablo para permitir que Cristo forme su carácter en nosotros ubicando a los demás por encima de nosotros mismos y subrayando la disciplina de esperarnos unos a otros.

Honrar unos a otros

No era extraordinario en la iglesia del primer siglo que los esclavos dirigiesen las reuniones en las iglesias caseras frente a sus amos quienes escuchaban atentamente. Tal es la naturaleza del cuerpo de Cristo en la cual todos los miembros son importantes, tanto hombres como mujeres. En la antigüedad, las mujeres eran consideradas inferiores a los hombres. Sin embargo Pablo afirma:

…pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa. (Gálatas 3:26-29).

Cristo veía a la iglesia como el lugar donde todos los miembros eran considerados y honrados unos a otros de igual manera. Pablo afirma en Romanos 12:10 “Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros.” La belleza del cuerpo de Cristo radica en que aún el más humilde recibe honra y dignidad.

Honrar a Jesús implica que lo hagamos en las vidas de cada creyente. Cada miembro del cuerpo de Cristo es un hijo escogido del Rey, que vive eternamente con su Maestro. Si honramos al Maestro, debemos asimismo honrar a quienes El escogió.

Usar los dones unos con otros

Muchos han sido heridos por la mundanalidad en la iglesia lo que les lleva a afirmar: “no creo en la religión institucional.” Y yo estaría de acuerdo de que no necesitamos de una religión institucional. Lo que necesitamos es el cuerpo sobrenatural y orgánico de Cristo donde sus miembros son capacitados para usar sus dones espirituales para ministrarnos unos a otros.

Los dones no son un fenómeno impersonal que las personas ejercen solitariamente. Los dones que Dios otorga a su pueblo son para ministrar unos a otros. Toda vez que la Biblia resalta los dones en el Nuevo Testamento lo hace con la terminología de un cuerpo. Los dones, en otras palabras, funcionan con reciprocidad. Cada parte del cuerpo juega un papel tanto en dar como en recibir.

Cada creyente nacido de Nuevo tiene al menos un don. Pedro dice:

Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén. (1 Pedro 4:10-11).

Sea que tenga dones para hablar (como de enseñar, pastor, profecía) o dones de servicio (como de misericordia, ayudas, dar), lo que Dios desea es que los descubra y los administre bien.

Dios distribuye los dones para edificar y capacitar a Su iglesia. Por eso Dios ubicó el “capítulo del amor” (1 Corintios 13) entre los dos capítulos que describen los dones espirituales (1 Corintios 12 y 14). La motivación para el uso de los dones espirituales es fortalecer en la fe a los demás, no tratar de impresionar o presumir.

Ser hospitalarios unos con otros

Iniciamos nuestra tercera iglesia en Moreno Valley, California, usando nuestra casa como base para el lanzamiento. Luchaba en m interior por el constante aluvión de personas en nuestra casa y el resultante desorden. Me resultaba difícil practicar la hospitalidad y debía pasar mucho tiempo de rodillas pidiéndole a Dios paciencia y gracia en el trato con cierta gente. Dios debía recordarme constantemente que mi casa y posesiones no eran mías. Estas le pertenecían a Él quien deseaba usarlas para bendecir a otros.

Al compartir mis luchas con otros, me di cuenta que no estaba solo. Uno de los impedimentos más grandes para el ministerio de grupos pequeños es la falta de hospitalidad. En los tiempos del Nuevo Testamento las casas de los creyentes eran tanto los edificios de las Iglesias como los hoteles de los ministros y predicadores itinerantes. La hospitalidad era necesaria. Pedro nos dice con urgencia: “Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones.” (1 Pedro 4:9).

En la sociedad del presente la hospitalidad se ha vuelto un arte perdido. Las personas son poseídas por sus posesiones insistiendo en su tiempo personal y abriendo cada vez menos sus hogares. Dios llama a los discípulos relacionales a abrir sus corazones y hogares a otros. Las cosas tienden a poseernos a nosotros mismos.

Comenzamos por concentrarnos en las cosas antes que en el propósito de ellas. Cuando Dios nos concede tener una hermosa vivienda, es para usarla en el servicio a otros.

Vigilancia

La mayoría de los versículos de unos a otros son positivos. Pero las Escrituras también advierten a los crey­entes contra la invasión de la naturaleza pecadora. Y esta naturaleza, como el mismo diablo, está listo para matar, robar y destruir (Juan 10: 10). Dios llama a los discípulos relacionales a reflejar su carácter evitando las tendencias opositoras.

No mentirse uno a otro

Bernard Madoff fue declarado culpable por una operación financiera fraudulenta llamada esquema Ponzi que fuera la malversación de inversiones más grande de la historia cometido por una sola persona (de acuerdo con los informes casi sesenta y cinco mil millones de dólares en ganancias tramposas). El 29 de junio de 2009 fue sentenciado a ciento cincuenta años de prisión.

Es difícil entender cómo Bernard Madoff pudo estafar miles de millones de dólares a amigos, familiares, inversores sabiendo todo el tiempo que les estaba robándoles su dinero. Probablemente Madoff sentiría cierto tipo de regocijo y poder por impresionar a las personas con su esquema productor de dinero.

Pienso que nunca lo sabremos. Como Madoff, nuestra naturaleza pecadora se consume proyectando cierta imagen para impresionar a las personas. Nuestra nueva naturaleza, por el contrario, descubre su realización y estima en Jesús, en quien no tenemos necesidad de mentir o engañar. Jesús dijo en Juan 3:20-21:

Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.

Quienes vienen a la luz saben que no pueden ocultar nada frente al omnisciente Dios. Es imposible. Y como no podemos ocultar nada de Dios, es inútil intentar ocultar cosas unos de otros. En Colosenses 3:9 Pablo dice: “No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos…”

La luz y las mentiras no se mezclan. Las mentiras buscan las sombras. La verdad vive en la luz. Y las Escrituras llama a los creyentes hijos de luz. Ya no estamos en la oscuridad porque Cristo nos ha liberado.

No pelearse unos contra otros

Antes de dar una conferencia en Belfast, tuve la oportunidad de recorrer sus calles. Inscripciones pintadas marcaban los edificios y subterráneos que separaban los sectores católicos de los protestantes de la ciudad.

Muy recientemente esa parte del mundo experimenta algo de curación por las heridas ocasionadas por la guerra. Pablo dice: “Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros.” (Gálatas 5:15).

Las disensiones y conflictos crean más desorden. La amargura conduce a más amarguras. Pablo le dice a la iglesia que deben detenerlo. Resistir el morderse y comerse unos a otros y dejar que el amor vuelva a imperar. Pablo da el siguiente consejo a su hijo espiritual Timoteo:

Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él. (2 Timoteo 2:24-26).

Como creyentes no somos inmunes al vicioso ciclo de “morderse y comerse.” Pero al crecer en Cristo, nos damos cuenta cuan improductivo es dar lugar al enojo y la amargura. Los discípulos relacionales saben que Dios no es honrado por el odio y eligen seguir el rumbo de la paz y el amor.

No envidiarse unos a otros

La envidia es parte de la naturaleza pecaminosa en la lista de Gálatas 5:19-21. La envidia frecuentemente es un pecado secreto que devora el alma. Pablo les pide a los creyentes escoger un rumbo diferente: “No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.” (Gálatas 5:26). A menudo nos volvemos envidiosos cuando nos olvidamos que El ubica a los miembros en su Cuerpo como le place. Cuando olvidamos este hecho, comenzamos a compararnos entre nosotros deseando los dones y posiciones fuera de la voluntad de Dios.

El Espíritu Santo desea darnos un espíritu de generosidad y respeto a otros. La oración del creyente debe ser: “Señor concédeme la libertad de la envidia y la capacidad de valorar verdaderamente a los demás.” Solamente Cristo en nosotros puede darnos la capacidad para verdaderamente valorizar a otros, cambiando la envidia por honor y respeto.

Es muy refrescante ver al creyente resistir la tendencia a la envidia y por el contrario elevar a otros. Mi hermano Jay es así. Mi madre y yo bromeábamos diciendo: “Jay no tiene ni un hueso de celo en su cuerpo.” Jay siempre está elevando a los demás. Pareciera tener siempre en su mente los mejores intereses de los demás.

No juzgarnos unos a otros

CS Lewis dijo una vez que el orgullo es rebajar a otros para hacernos lucir bien. El orgullo, en otras palabras, pone en evidencia que juzgamos a los demás. El proceso de pensamiento es: “la verdad que yo estoy bien en comparación con el otro.” Pablo les pide a los creyentes que tomen una senda superior al decir: “Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano.” (Romanos 14:13).

Recientemente estuve en una iglesia en la cual sentí el amor de Dios en la congregación.

Al pasar tiempo con el liderazgo de la iglesia me di cuenta que un valor clave evidente en medio de ellos es la negativa a criticarse unos a otros y el compromiso de hablar positivamente unos de otros. La atmósfera de afirmación de la iglesia atrae personas como si fuera un imán, y de esta manera Jesús es glorificado.

Las personas reciben suficiente crítica tanto de sus propias conciencias como de otros a su alrededor. El mundo, la carne y el demonio se especializan en menospreciar a los demás. Pablo dice:

Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios. (1 Corintios 4:5).

El juicio le pertenece a Dios. Sólo Él conoce y ve la historia completa. Somos tan limitados en lo que sabemos y percibimos que es mucho mejor dejar el juicio en sus manos, sabiendo que El rebelará todas las cosas en su tiempo.

Capacitación divina

Aunque vivimos en este mundo, nos pertenecemos unos a otros. El orden del nuevo mundo es radicalmente diferente a este. Sigue diferentes reglas y directrices.

Las buenas nuevas es que Dios nos llena con el Espíritu Santo para hacernos comprender la Biblia. Y tan importante como eso, nos da el poder para cumplir con lo que la Biblia enseña.

Una de las maneras por la que Dios nos transforma es por medio de conflicto. Creo que Dios permite el conflicto en nuestras vidas para forjar amor y comunidad unos con otros. Es muy fácil cantar canciones acerca del amor, servicio, o humildad. Pero es otra historia practicar estas disciplinas en el medio de una batalla, cuando todas las emociones claman “de ninguna manera.” En el capítulo siguiente veremos cómo Dios nos moldea en discípulos relacionales por medio del conflicto.

Notas

  1. Mike Mason, The Practice of the Presence of People (Colorado Springs: Waterbrook Press, 1999), pp. 187-188.
  2. Dan G. Blazer, “The Depression Epidemic,” Christianity Today (March 2009), p. 27.
  3. Mason, op. cit., pp. 192.
  4. Ibid., pp. 162-63.
  5. Bonhoeffer, op. cit., p. 111.
  6. Ibid., p. 118.
  7. Larry Crabb, Connecting (Nashville: Word Publishing, 1997), p. 47.
  8. Mason, op. cit., p. 154.
  9. Edward Stewart, American Cultural Patterns: A Cross-Cultural Perspective (Chicago: Intercultural Press, Inc., 1972), p. 36.